Cuando me preguntan por un lugar en el que quiero esta en paz, me viene a la mente un bosque con sendero para caminar, donde no hay gente. Es importante ese punto, porque lo lindo del bosque es escuchar sus sonidos, descubrirlo y la gente lleva sus problemas con ella a todas partes.
Eso no sería un problema si no fuese por el hecho de que quieren hablar y un bosque no es para hablar es para apreciar, para caminar, para maravillarse.
No es que no lleve mis problemas conmigo, es que no necesito que el bosque sea mi terapeuta, no necesito dejar esa mochila ahí, lo que necesito es tomar esa paz que da libremente y tenerla conmigo un momento para después volver al día a día y seguir adelante.
Si hablas de tus problemas e inquietudes en la ciudad y haces lo mismo en el bosque, ¿cuándo te desconectas? o ¿cuándo te conectas con otra realidad, con otras sensaciones? Si no podes dejar los problemas por un momento –chiquito, digamos dos horas- ¿cómo haces para seguir adelante?
Me puedes acusar de ser insensible, muchos lo han hecho y lo seguirán haciendolo pero no por eso voy a cambiar el hecho que el bosque y la montaña no son para hablar son para vivir, para sentir, para descubrir lo grandioso de la vida, lo perfecto del creador.
Están tan lejos del día a día que cuando estás ahí hasta el aire parece mejor – altamente probable que lo sea- que formas parte de algo lindo, que no corres el peligro del día a día.
Cómo me gustaría hacer senderismo todos los días, aunque sea un ratito. Me siento atrapada en la ciudad, demasiado cemento, demasiado correr a ningún lado, demasiada mala onda, demasiadas personas enojadas, impacientes. Demasiada probabilidad de que me convierta en una de ellas.
Sí, hoy más que nunca necesito el bosque solo para mí; pero al menos acá tengo un lugar para escribir por qué lo necesito.
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Este escrito pertenece al desafío de 30 días de escritura que propuso Maitena Caiman en el grupo de Facebook: Hogar de escritura.
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